Disposición
sencilla, funcionalidad deliberada y ausencia de alardes
estéticos son rasgos que retratan las estaciones
ferroviarias en servicio de Castilla-La Mancha, una
región cuya situación geográfica
ha condicionado desde el siglo XIX hasta hoy el carácter
de paso de sus estaciones desde Madrid a la periferia.
Toledo, única estación término
de viajeros de la región, sobresale como gran
hito arquitectónico ferroviario por encima de
un conjunto de estaciones muy variadas que iniciaron
la historia del tren en España y que ahora se
suman a la modernidad con las terminales del AVE.

La red ferroviaria
castellano-manchega, iniciada a mitad del XIX, estaba
prácticamente configurada hacia 1880, y desde
sus inicios siguió el modelo radial originado
en Madrid. Como consecuencia de ello y de su situación
geográfica, la región fue desde el principio
un lugar de paso para la mayor parte de los ejes ferroviarios
entre el centro y la periferia. Y por el mismo motivo,
este territorio es el origen de varios ramales que,
desde aquellos ejes, conectaban a la red con otras regiones,
propiciando nudos de comunicaciones (Alcázar
de San Juan, Manzanares, Chinchilla, Ciudad Real). Otro
rasgo es la falta de conexiones transversales entre
núcleos regionales, disfunción mantenida
hasta hoy, en que Castilla-La Mancha presume de ser
la autonomía con más estaciones del AVE
(Ciudad Real, Puertollano, Guadalajara y Toledo).
La primera línea
regional fue la que, como continuación de la
línea Madrid-Aranjuez, se construyó entre
Aranjuez y Almansa, pero el origen de toda la red está
en la Ley de Ferrocarriles de 1855, que dejó
la construcción de líneas en manos privadas.
La mayoría de las concesiones fueron a parar
a empresarios que a su vez las transfirieron a una sociedad
nueva, la Compañía del Ferrocarril de
Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA).
Se puede decir que
la formación de la red regional coincide con
el nacimiento y evolución de MZA, que inició
su expansión con nuevas líneas hacia el
sur y el levante peninsular entre 1858 y 1865 y la completó
hacia 1900 con la absorción de líneas
de pequeñas compañías. A principios
del siglo XX, sólo la línea Madrid-Cáceres
escapaba al control de MZA (mapa
de ferrocarriles). El intervencionismo
estatal de los años 20 abrió una etapa
de renovación que cristalizaría, tras
la Guerra Civil, en la estatalización con Renfe.
La actual red castellano-manchega es heredera de esta
evolución, como lo es el hecho de que este territorio,
en plena era del AVE, siga siendo tierra de paso para
el tren.
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